013. red viper

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chapter thirteen
013. red viper

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SU PATADA impactó contra el pecho del primer agente. Trastabilló contra el agente que tenía detrás. La única ventaja de la Víbora Roja era que luchaba en una única pasarela. Tendrían que atacarla uno a uno, pero arriesgarse a recibir un balazo en este entorno supondría el riesgo de herir a cualquier agente que no fuera ella, pero sabía que sólo sería cuestión de tiempo antes de que eso dejara de importar. Daniels giró sobre sí misma para tomar impulso y golpeó al siguiente agente con todo el brazo. Intentó reflexionar. Como un corredor en una maratón, tenía que conservar su energía, que ya dependía de la adrenalina. Era una sola contra quince agentes con chalecos de combate, armados y, desde luego, ninguno de los últimos que intentarían detenerla. La Víbora Roja tenía balas limitadas, ni superpoderes ni superfuerza. No tenía habilidades curativas mejoradas, ni alas de metal, ni picaduras de viuda. Era Pamela Daniels, humana y vulnerable. Tenía moratones y sangraba, y el siguiente agente le dio un puñetazo en la mandíbula que dolió muchísimo.

Pero no podía perder.

Recordaba su entrenamiento cuando se unió a S.H.I.E.L.D. por primera vez. No fue enviada a la Academia de Operaciones, pero la pusieron con agentes del doble de su tamaño que sí lo hicieron. No tuvo más remedio que trabajar más duro que los demás, y eso era exactamente lo que querían. Su supervisor era graduado en Comunicaciones. Coulson no era un especialista. Eso requería un cierto conjunto de habilidades.

La Víbora Roja había sido entrenada por personas que creían que nunca podría lograr nada. Que fueron despiadados e hicieron todo lo posible para quemarla hasta convertirla en nada para que fuera inquebrantable. No sabía quién había sido HYDRA y quién no. Pero al final, los había derrotado. A sus entrenadores, a esos arrogantes reclutas de Operaciones recién salidos de la Academia... Pamela los venció a todos.

Había sido entrenada y construida por HYDRA, y ahora estaba usando eso contra ellos.

Esta vez, en lugar de no tener nada que perder, Pamela Daniels lo tenía todo. Tenía veinte millones de personas... y era una motivación mucho más fuerte.

Bloqueó los siguientes golpes, antes de agarrar el brazo del agente y lanzarlo hacia un lado. Chocó contra el borde de la pasarela. Daniels apretó los dientes y le rodeó el cuello con los brazos. A la fuerza, sus tobillos se cerraron en torno al cuello del siguiente. La Víbora Roja retorcía su cuerpo como una serpiente con la vileza de un cocodrilo australiano de agua salada, ambos reptiles, ambos extremadamente mortíferos. Daniels se soltó en el momento justo y se agazapó en la pasarela mientras observaba cómo ambos agentes se desplomaban.

¡Eh, Cap, estoy dentro! —apenas escuchó a Sam mientras agarraba las muñecas del agente, intentando golpearlo hacia abajo. Daniels arrojó su cuerpo hacia atrás y el agente gritó. Su espalda golpeó la pasarela con fuerza y Daniels se giró. Se puso de pie y lo pateó mientras intentaba volver a levantarse con el objetivo de dejarla inconsciente.

La Víbora Roja sintió un cambio en el aire a sus espaldas y se agachó. Un puño pasó por encima de su cabeza. Agarró al hombre del brazo y rebuscó en sus bolsillos. Cuando le hizo perder el equilibrio, lanzó otro disquete eléctrico del tamaño de un botón. Golpeó al siguiente agente en el cuello. Convulsionó y cayó al suelo. Daniels volvió a concentrarse en el hombre que tenía justo detrás y le dio un fuerte codazo en el esternón. Luego, cuando él se dobló, lo agarró por el cuello y se echó hacia delante. Al mismo tiempo, lo arrojó por encima del hombro. Su espalda golpeó con fuerza contra la barrera de la pasarela de enfrente.

Daniels respiró profundamente y corrió un poco más hacia adelante, acercándose cada vez más al centro. Levantó su arma y logró disparar sus dos últimas balas al agente que corría directamente hacia ella. Tan pronto como escuchó el click, gritó y tiró la pistola con fuerza despiadada. Golpeó contra la nariz del siguiente.

Siete agentes caídos. Faltaban ocho más. Daniels escuchó pasos corriendo y quiso caer exhausta cuando solo vio llegar más.

Seis minutos —Maria Hill le dio una actualización que preferiría no escuchar.

—¡No me metas prisa! —espetó la Víbora mientras golpeaba. Pateó. Giró su cuerpo en el pequeño espacio, esbelto y flexible. Daniels escuchó un disparo y tuvo suerte de que no la alcanzara, aunque su corazón se saltó un ladito del miedo.

Vio que el agente levantaba el arma por segunda vez. Estalló, resonando en la gran nave, seguido por el ruido sordo del arma que fue sofocada por el cuerpo del hombre que Daniels forzó frente a ella. Lo mantuvo allí, haciendo una mueca ante cada bala mientras ella misma buscaba el arma del hombre. Tan pronto como sus dedos agarraron la empuñadura, se agachó para rodearlo en medio del tiroteo y disparó tres veces. La primera bala falló pero las dos siguientes impactaron al agente en el pecho.

Daniels aprovechó la oportunidad para seguir avanzando. Corrió contra los agentes que la superaban en número cada vez más. Sus pies golpeaban la reja de la pasarela. La Víbora Roja estaba a pocos metros del centro cuando se escuchó otro ¡crack!

Lanzó un grito y chocó contra la plataforma. Sintió dolor en el brazo. Daniels miró hacia los lados y vio la herida en la parte superior del brazo donde le había rozado una bala. El arma que había cogido se le escapó y cayó por el lateral. La vio chocar contra el cristal redondo y compacto del helicarrier.

La Víbora Roja gimió, respirando profundamente y tratando de esforzarse para levantarse nuevamente. Cuando el dolor volvió a estallar, cayó al suelo una vez más.

Oyó pasos. Pamela tensó la mandíbula y se llevó la mano al cuchillo. Respirando hondo por el dolor, esperó a que su oponente estuviera cerca para impulsarse hacia arriba. Gritó cuando agarró su muñeca y lanzó el cuchillo hacia arriba, atravesó la piel de su brazo y dejó caer el arma. A continuación, Daniels le clavó el cuchillo a través del uniforme, profundamente en el estómago, y lo arrojó hacia un lado. Jadeó cuando sintió salpicaduras de sangre, pero apretó los dientes y empujó al agente hacia un lado. También cayó de la pasarela.

Daniels se limpió un poco de sangre de la frente y logró ponerse de pie. Se sintió un poco mareada pero no dejó que eso la detuviera. Echó a correr y cruzó el resto de la pasarela hasta el centro. Llegaban más agentes; no tenía mucho tiempo. Tenía unos segundos. Daniels escribió la contraseña y el panel se levantó. Encontró el chip que debía reemplazar y lo agarró. Con respiraciones pesadas, agarró el que le dio Hill y lo metió en el hueco.

Daniels dejó escapar un suspiro de alivio. Tocó su comunicador.

—Alpha lis... ¡AGH!

Maria Hill escuchó su grito de dolor.

¿Daniels? —soltó, preocupada. Al no responder, repitió—. ¿Qué sucede, Daniels?

La Víbora Roja volvió a chocar contra la pasarela. Jadeó cuando se dio la vuelta en el último momento, golpeando su pie hacia arriba para hacer perder el equilibrio al agente. Tropezó hacia atrás. Logró intentar levantarse sobre sus brazos, débil por la herida de bala, hasta que otro agente le dio un revés y cayó de lado.

La patearon de nuevo y ella jadeó, sintiendo el dolor sacudirle las costillas. Daniels ahogó sus gruñidos de dolor mientras volteaba y lograba agarrar al agente por el tobillo en medio de una patada. Él tropezó y Daniels gritó con furia y lo arrastró por su cuerpo. Tropezó con la barrera. Se aferró en el último momento antes de caer.

Su amigo intentó alcanzar el panel de control y el estómago de Daniels dio un vuelco. Se apoyó sobre el codo y extendió la pierna, pateándolo en la espinilla. Otro agente se acercó corriendo. La Víbora Roja buscó a tientas su cuchillo y lo levantó con mala puntería, pero logró alojarse en su muslo y el agente colapsó.

Daniels se paró solo para que alguien más la golpeara en la mandíbula. Se agarró a la barandilla para estabilizarse. A pesar de que le dolía el pecho, su costado chillaba de dolor, su brazo estaba entumecido por la bala y sentía que estaba a punto de caer, la Víbora Roja se obligó a levantarse y girarse para enfrentar a los agentes restantes.

Respiró hondo y levantó los puños.

Por las comunicaciones, escuchó más disparos. Se produjo una fuerte explosión cuando Falcon evadió el jet y se lanzó en picado hacia el segundo helicarrier. No sabía cómo estaba Steve; ya hacía un tiempo que no hablaba.

La Víbora Roja blandió su puño hacia delante: una, dos, tres veces y una más contra el pecho del agente a pesar del dolor que sentía. Agresiva, profirió un grito y lo arrojó hacia un lado para bloquear el golpe que lanzó a continuación. Mientras permanecía aturdido y desorientado, giró el cuerpo hacia arriba y le quitó de una patada el arma de las manos a otro agente que había estado a punto de matarla de un tiro.

Gruñendo de dolor y frustración, Daniels usó la barra de la pasarela para saltar y subirse a los hombros del primer agente. Como una serpiente constrictor, lo giró con sus piernas y usó el impulso para saltar y abalanzarse sobre el siguiente, dejando al otro inconsciente (o muerto) detrás de ella. Se lanzó al siguiente y ambos cayeron al suelo de rejilla.

Daniels rodó hacia adelante, se puso de pie y golpeó con el puño la nariz del agente justo frente a ella. Éste se fue hacia atrás, con los ojos llorosos, y la Víbora Roja aprovechó la oportunidad para girar hacia el agente detrás de ella. Le arrebató el arma del cinturón y la levantó, disparando a través de la pasarela. Cayeron tres agentes más.

Soltó un suspiro, cansada y dolorida. Disparó hasta quedarse sin balas. Después, salió corriendo por donde había venido, pasó por el centro del helicarrier y se agachó entre las piernas de un agente; golpeó el cañón del arma en un lugar muy sensible antes de que pudiera alcanzar el chip.

La Víbora Roja volvió a poner los pies en su sitio, apretando los dientes por el horrible dolor, sólo para encontrarse con el click de un arma. Se quedó paralizada, mirando fijamente y alerta el extremo del cañón que tenía justo delante.

Por un momento, no pasó nada. Daniels dejó escapar un profundo suspiro cuando el agente le apuntaba con su arma; casi parecía asustado de apretar el gatillo, asustado de ella.

—Si te mueves, disparo —le dijeron.

Cuando Daniels escuchó la puerta metálica de la pasarela abrirse de golpe, no lo pensó dos veces. Cuando el agente miró, sorprendido, ella atacó. Agarró su muñeca y le quitó el arma. Cayó hacia atrás y la arrastró consigo justo cuando algo rojo, blanco y azul partió el aire de arriba.

Se rió entre dientes, incapaz de detenerse cuando el escudo se elevó sobre su cabeza y derribó a los agentes que quedaban detrás de Daniels como si fueran bolos. La Víbora Roja luchó con el agente en el suelo mientras el escudo volvía a caer sobre el brazo del Capitán América.

Apretó los dientes y giró su cuerpo, golpeando con fuerza la cabeza del agente contra el suelo. Luego, dejó escapar un largo suspiro y se puso de pie junto.

Pamela dirigió una mirada a Steve cuando se acercó. Se rió, negando con la cabeza, se irguió y se volvió hacia él, levantando la vista para encontrarse con su mirada. Se detuvo justo delante de ella y, a pesar del límite de tiempo, se tomaron un momento para respirar.

Daniels respiró por última vez antes de decir:

—Todavía me quedaban dos minutos.

Vio cómo Steve se acercaba aún más y su corazón se agitó con un calor abrasador dentro de su pecho. Daniels lo miró y vio un brillo burlón en sus ojos.

Actuando con indiferencia, el Capitán América dijo:

—Estaba tomando la ruta panorámica y pensé en hacerte una visita.

Pamela reprimió una sonrisa. Su corazón latía con adrenalina y él estaba tan cerca.

—Lo tenía bajo control, Capitán.

—Ya lo sé —respondió él con el mismo tono, sin dejar de mirarla a los ojos. Daniels resistió el impulso de morderse el interior de la mejilla cuando notó lo anchos que eran sus hombros al tenerlo tan cerca, especialmente con ese traje de Capitán América.

El momento entre ellos se rompió en el momento en que Sam volvió a las comunicaciones:

¡Bravo listo!

Steve y Pamela compartieron otra mirada, un intercambio silencioso para preguntarle si estaba bien. Ella asintió y lo dejó pasar junto a ella.

Falta uno —dijo Hill—. Helicarrier Charlie a cuarenta y cinco grados por la amura de babor —Daniels escuchó dos disparos y dos quejidos de dolor—. Cinco minutos.

—Coge uno de los jets y sal de aquí —le dijo el Capitán América y la Víbora Roja asintió. Se llevó la radio a los labios—. Eh, Sam, necesito transporte —comenzó a correr hacia la aviónica donde Daniels había dejado un enorme agujero en el cristal.

¡Recibido! Solo tienes que avisarme.

El Capitán América saltó a través de la ventana rota y comenzó a caer en picado hacia el río.

—¡Ahora!

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LA VÍBORA ROJA subió a lo alto del helicarrier, abordando uno de los jets que quedaban en la pista de aterrizaje abandonada. El Capitán América había cogido la ruta panorámica y se encargó de ofrecerle también una salida. Pamela no tuvo tiempo de darle las gracias. No tuvo tiempo de desearle buena suerte ni de pedirle que se mantuviera a salvo. No tuvo tiempo de darse cuenta de que de repente se le oprimía el pecho al querer que Steve tuviera cuidado, de que estaba preocupada. Estaba preocupada por un Vengador supersoldado que eliminó a todo un pequeño ejército de agentes... Steve, que había acabado por completo con todo un ejército reducido de agentes, bajó al helicarrier para buscarla y decirle con una diversión que ella nunca solía pensar que tenía: pensé en hacerte una visita...

Sí, Pamela estaba preocupada.

Se equivocó con él todo este tiempo. A través de todo lo que han pasado juntos en los últimos días, la vida entera de Daniels ha dado un vuelco... Pero entre eso, pudo ver algo más que la foto en blanco y negro... Más que el Capitán América en esas tarjetas coleccionables golpeando a Hitler y saltando entre explosiones. Conoció a Steve Rogers y, de alguna manera, Steve le había dado algo más en qué creer, alguien más en qué creer.

Pamela quería que él regresara sano y salvo, y no estaba segura de cómo explicarlo, y sabía que ahora no era el momento de intentar resolverlo. Sólo sabía que las cosas habían cambiado.

Daniels pilotó el jet de vuelta al aeródromo. También estaba abandonado. Miró a su alrededor y vio cadáveres esparcidos por el suelo, aviones quemados y destruidos; de repente, el Triskelion pareció convertirse en una ciudad fantasma. En cuanto aterrizó, cogió los auriculares y volvió a sintonizar la radio en lugar de centrarse en su herida. Deseaba imperiosamente informarse de lo que estaba ocurriendo. Sólo quedaban unos minutos para que se pusiera en marcha el Proyecto Insight.

—Venga, Sam —Daniels hizo una leve mueca mientras se movía, pero no le importó, ajustándose el auricular del quinjet—. ¿Qué está pasando? ¿Dónde estás?

Se sintió aliviada al oírlo responder entre gruñidos:

Estoy en tierra —ese alivio cambió y Daniels contuvo la respiración—. Ya no tengo traje. El Capi sigue en el helicarrier, pero el Soldado de Invierno está allí con él.

Daniels se agarró al respaldo de la silla y miró de reojo hacia el tercer helicarrier que quedaba. Sintió que se le retorcía el estómago de preocupación. Frunció los labios y le preguntó a Sam dónde se encontraba ahora.

¡Rumlow se dirige al consejo!

Y esa fue la última vez que Daniels supo de Sam en un rato largo.

Respiró hondo y miró hacia el helicarrier Charlie a través de la ventanilla. Pamela sabía que no lo vería, pero lo buscó de todos modos, como si milagrosamente pudiera ver un destello de su escudo reflejado en el sol. Estaba allí arriba, solo, con el Soldado de Invierno, con Bucky Barnes.

—¿Capi? —se encontró preguntando a través de las comunicaciones. Revisó dos veces su radio para asegurarse de que estaba en el canal correcto. Jugueteó un poco con ella—. Capitán, estoy en tierra... —sus ojos se fijaron en el último helicarrier—. ¿Steve?

No obtuvo respuesta. Su mirada se dirigió al último piso del Triskelion, donde sabía que estaban Natasha y Fury. Tampoco ha sabido nada de ellos. Daniels empezó a sentir un peso horrible y espantoso en el pecho. Pamela rechinó los dientes y siguió buscando en la radio.

—¿Hill? Hill, ¿puede oírme?

Daniels, ¿dónde estás?

Pamela cerró los ojos, agradecida de escuchar a alguien más.

—Estoy en tierra, en el aeródromo. ¿Tiene noticias de Fury? ¿Cuánto tiempo nos queda?

Maria Hill hizo una pausa y Daniels volvió a mirar al helicarrier Charlie.

Un minuto.

Pam mantuvo su mirada fija, agarrando sus auriculares mientras esperaba tener noticias de Steve al pasar el último minuto.

—¿Steve? —gritó débilmente por las comunicaciones, empezando a temer lo peor cuando un minuto se convirtió en treinta segundos.

Y entonces, lo escuchó, una voz dolorida que apenas era audible:

Espera...

Su respiración se cortó ante el sonido. Sus cejas se juntaron. Pamela se dio cuenta de que estaba luchando. Escuchó sus respiraciones pesadas. Treinta segundos se convirtieron en veinte.

Charlie...

El disparo resonó en los huesos de Pamela; haciendo eco a través de sus auriculares y haciendo que sus ojos se abrieran de terror. Escuchó su doloroso llanto, un sonido que nunca pensó que escucharía del Capitán América. Hizo que su estómago se sacudiera.

—¿Steve? —chilló.

Su corazón latía con fuerza. Abrió la puerta del jet y salió al aeródromo, con los ojos muy abiertos mientras miraba el helicarrier. Quince segundos...diez segundos...

Se hizo el silencio en la radio del Capitán América. El reloj se acercaba cada vez más al lanzamiento. Daniels sintió que iba a enfermarse. Su corazón nunca había acelerado tanto; le dolía. Tres segundos. Dos segundos... Un segundo...

No pasó nada.

La respiración de Pamela se entrecortó.

Charlie listo.

Volvió a sentir una sacudida en el corazón. Los ojos se le abrieron de par en par. Steve lo había conseguido. Faltaba un segundo y Steve lo había conseguido. Pamela volvió a respirar entrecortadamente y subió de nuevo al jet. Cerró la puerta y se sentó en el asiento del piloto, poniendo en marcha los controles de nuevo. Su corazón seguía acelerado, su sangre bombeaba.

—Vale, vale —dijo por la radio—. Capitán, prepárate, voy a subir con...

Pero el Capitán América la interrumpió.

Dispare ya, Hill.

Daniels se quedó helada una vez más. Sus manos se cernieron sobre los controles.

—¿Q-Qué?

Maria Hill también tartamudeó. Ella dudó.

¿Pero...?

¡Dispare!

Pamela negaba con la cabeza. Su respiración se aceleró mientras se apresuraba a intentar que el quinjet arrancara de nuevo a tiempo. Mientras lo hacía, pronunció apresuradamente unas palabras que casi sonaban lejanas a sus oídos:

—Steve, no, ya voy yo, ¿vale? Estoy preparando el jet ahora mismo.

No —las palabras de Steve fueron duras y exigentes. Interrumpió a Pamela con tal fiereza que la hizo detener lo que estaba haciendo con una sorpresa sin aliento—. ¡Dispara ya!

—Espera —Pamela notó un dolor en la garganta. A duras penas se dio cuenta de que estaba ahí, subiendo hasta que sintió que los ojos empezaban a escocerle con lágrimas que no comprendía. Su corazón volvía a ir a ese ritmo horrible y doloroso—. Espera, no... —sabía que era demasiado tarde, pero aún así lo intentó. No se rindió—. Steve, no puedes...

Pamela recién empezaba a conocer quién era Steve Rogers. Recién empezaba a entender quién era debajo de cada piel que había mudado. Él la había ayudado a conseguirlo. Se suponía que debía dejarle saber exactamente quién era esa chica. Debía permitirle conocer también a Pamela Edith Daniels. Él no podía hacer esto, no ahora, no después de todo. Acababa de empezar a creer de nuevo. Y no fue el Capitán América quien le dio esa inspiración. Él no era el escudo que ella sostenía. Esa persona era bidimensional, sin embargo, Steve...

Escuchó las explosiones y los disparos. Pam miró fuera del quinjet una vez más; cualquier palabra que quisiera decir se perdió, al igual que su respiración mientras observaba los tres helicarriers caer hacia el río.

El cielo entero se iluminó con un espectáculo de fuegos artificiales de ondulantes llamas anaranjadas, humo, cenizas y escombros que caían. Los helicarriers se rompieron como piñatas cuando todas las armas que alguna vez apuntaron a veinte millones de personas ahora se apuntaban entre sí. Y entre la destrucción que cayó sobre el río Potomac, estaba Steve Rogers. E incluso si fuera un supersoldado... Pamela sabía en el fondo que había una pequeña posibilidad de que sobreviviera.

Y, sin embargo, todavía se aferraba a sus auriculares.

—¿Steve? —probó en el silencio de la radio, desesperada por oírle responder. Pamela sintió que se le quebraba la voz—. ¿Dónde estás? Iré a buscarte.

No había manera de que ella pudiera subir allí. No había manera de que pudiera despegar el quinjet en medio de esos disparos; moriría en el fuego cruzado. Pamela lo sabía. Pero aún así... Pam sollozó una última y desesperada súplica de esperanza:

—¿Steve...?

Pero no hubo nada.

Pamela vio cómo el helicarrier Charlie chocaba contra el costado del Triskelion y se metió en el quinjet, con el corazón todavía latiendo con fuerza.

¡Mierda! —gritó de repente la voz de Sam. Sus ojos se abrieron una vez más y se dio cuenta de dónde estaba. Había sonidos feroces en su extremo, como si estuviera corriendo contra un terremoto de cristales rotos y vigas de soporte derrumbándose—. ¡Dime que el helicóptero está en el aire!

Sam, ¡¿dónde estás?! —Romanoff gritó por encima del viento del helicóptero. Ella y Fury descendieron desde lo más alto del Triskelion, sumergiéndose en el aire lleno de escombros.

¡Planta cuarenta y uno! ¡Esquina noroeste! —hubo un fuerte estrépito y sonó como si una montaña entera estuviera cayendo justo a los pies de Sam.

¡No te muevas de dónde estás!

¡No es una opción!

El helicóptero descendió aún más hacia los pisos centrales de la torre principal, directamente hacia las llamas ardientes y los bordes rotos y dentados del helicarrier Charlie; Fury se acercaba desesperadamente mientras Sam corría para salvar su vida.

Giró hacia el costado del edificio justo cuando el vidrio de los pisos superiores se hizo añicos. Sam saltó y giró su cuerpo en el último minuto; el helicóptero se inclinó hacia un lado.

Chocó contra la puerta. Se salió de sus bisagras. Habría caído por el otro lado si la Viuda Negra no le hubiera agarrado del brazo y le hubiera levantado.

—¡Planta cuarenta y uno! —gritó mientras se aferraba a los asientos de cuero, cubiertos de ceniza y vidrios rotos—. ¡Cuarenta y uno!

Fury le devolvió el ceño desde el asiento del piloto.

—¡Ni que pusiera los números de planta en el exterior del edificio!

Natasha tenía a alguien más en mente mientras salían por poco de los escombros.

—¿Daniels? —llamó por la radio—. Daniels, ¿dónde estás? Vamos a por ti.

¿Dónde está Steve? —respondió Pamela en su lugar y los hombros de Romanoff se tensaron—. ¿Podéis verlo? ¿Tenéis una ubicación sobre Rogers?

La Viuda Negra miró por la puerta abierta del helicóptero, agarrándose fuerte mientras rodeaban el Charlie destruido. Buscó al Capitán América entre las llamas y la destrucción. Pero al final, todo lo que pudo hacer fue negar con la cabeza.

—Pamela, yo... —Natasha suspiró—. No tenemos ubicación.

De vuelta en el aeródromo, la agente Daniels respiró obstinadamente y se concentró en los controles del piloto una vez más. Puso en marcha el quinjet.

—Seguiremos buscando —dijo por la radio, aunque sabía que estaba desesperada—. Seguiré buscando. Tenemos que seguir buscando...

Y Pamela lo hizo.

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PAMELA NO DEJÓ DE BUSCARLO hasta que lo encontró... y lo encontró con vida. Nunca pensó que llevaría deprisa al Capitán América al hospital, pero pronto estuvo a su lado en cuanto pudo. Nadie dijo nada, y Pam se alegró de que no lo hicieran, aunque sabía que por algo se había quedado dormida en la silla junto a la cama del hospital esperando a que despertara. Steve estuvo en coma sólo unos días, pero durante ese tiempo, tanto Sam como Pamela se turnaban para visitarlo, y a veces lo veían juntos. Se sentaban en la habitación y veían una película, o Sam ponía su música favorita para llenar el silencio mientras leía y Pamela buscaba un nuevo apartamento en su teléfono.

S.H.I.E.L.D. se había ido. Todo se había ido. Cada secreto que guardaban... los secretos de ella, los secretos de todos, estaban ahora a la vista de cualquiera. Todas sus pieles, todos sus nombres y todas sus historias. S.H.I.E.L.D. había sido catalogada como una organización terrorista. Lo último que Pamela supo de Maria Hill fue que estaba solicitando trabajo en Industrias Stark en Nueva York. Natasha se vio obligada a ir al Capitolio para testificar ante el comité ahora que su oscuro pasado ya no era un secreto. Pamela sabía que Nick Fury iba a esconderse. ¿Y ella? Bueno... La Agente Daniels ya no era la Agente Daniels. Por fin era Pamela Daniels, y había hecho borrón y cuenta nueva.

Ahora, las decisiones que tomará en su vida, las cosas que hará, comprará y dirá; la piel que estaba construyendo nuevamente será completamente suya. Estaba aprendiendo quién era Pamela Daniels y, hasta el momento, le gustaba quién resultaba ser esa persona.

No tenía trabajo. No tenía apartamento. No tenía adónde ir, pero al mismo tiempo tenía muchos sitios. Hasta el momento, le habían ofrecido la habitación libre en casa de Sam hasta que volviera a encontrar una propia, y Pamela estaba emocionada de comenzar un nuevo capítulo de su vida que ella misma crearía.

Pamela había empezado a poner religiosamente The Castle cada vez que visitaba a Steve en el hospital. Pensó que sería una película que él nunca habría visto desde que salió del hielo y que tal vez el mejor clásico australiano de todos los tiempos podría ser el truco para despertarlo. Era una película sobre un tipo que se enfrentaba a los matones que querían quitarle la casa a él y a su familia (su castillo) y luego ganaba... Le recordaba a Steve.

Sin embargo, después del tercer día consecutivo de ver la película, Pamela comenzó a quedarse dormida nuevamente, acurrucada en la silla y con la chaqueta de Sam sobre los hombros. Sam le arregló un poco la chaqueta sobre los hombros cuando empezó a resbalarse, sonriendo levemente para sí mismo, sabiendo que Pamela había estado más tiempo de los dos.

Volvió a leer su libro y ni siquiera notó que Steve Rogers se despertaba. Frunció, apenas podía moverse; nunca se había sentido tan agotado desde que le dieron el suero. Le dolía y estaba rígido, sentía como si sus articulaciones se hubieran congelado de nuevo.

Oyó el sonido de una película reproduciéndose en un ordenador portátil. Arrugó el ceño.

"Papá decía que la pesca consistía en un diez por ciento de cerebro y un noventa y cinco por ciento de músculo. Y el resto era sólo buena suerte."

Steve frunció por un momento más, perplejo. Logró mirar de reojo y allí vio a Sam. Ni siquiera se dio cuenta de que estaba despierto, absorto en su libro. Steve no podía sonreír sin sentir dolor, pero logró murmurar:

—Por la izquierda...

Sam levantó la vista y una sonrisa orgullosa se dibujó en sus labios. Su mirada se desvió hacia donde Pamela dormía profundamente, metida bajo su chaqueta. Pensó en despertarla, pero cuando se dio cuenta de la dulce mirada que Steve le dirigía, se dio cuenta de que tal vez podría dejar que ese momento se asentara, permitir que un aire reconfortante se levantara entre todos ellos mientras Steve Rogers esbozaba una pequeña sonrisa al verla.

—Ella ha estado aquí más que yo —Sam no pudo evitar decir, sonriendo ligeramente aún. Asintió a Pam que dormía, sin saber que Steve estaba despierto. Volvió a encontrarse con su mirada.

Steve Rogers no dijo nada. Simplemente fijó sus ojos exhaustos en Pamela acurrucada en la silla, logrando acomodar todo su cuerpo debajo de la chaqueta de Sam, y se sintió a gusto.

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ENCONTRAR A ALGUIEN en su propia tumba era algo que Pamela nunca pensó que experimentaría. Pero, por otra parte, su vida nunca había sido normal y Fury no era precisamente un tipo corriente al que conocer. Todavía corría un frío de febrero bajo la sombra de los grandes árboles del cementerio. Pam respiró hondo y soltó un suave suspiro mientras apreciaba el suave movimiento de las hojas al soplo del viento. Se había cortado el pelo, hacía años que no lo hacía. Se sentía refrescante tenerlo más corto, descansando justo debajo de sus hombros en ondas agradables. Pamela se había comprado un jersey nuevo porque ahora era algo que se compraba como ella misma. Era de un bonito color rojo, ¿y sus vaqueros? También se los había comprado. Pamela era ella misma por primera vez, y se sentía como si estuviera experimentando todo con un nuevo par de ojos.

Vio a Fury acercándose a ella. Pamela respiró hondo otra vez y logró esbozar una sonrisilla. Siempre había sabido que Fury llevaba ese abrigo largo negro y equipo de combate, pero ahora aquí estaba, con pantalones, zapatillas de deporte, su sudadera con capucha sobre su jersey y un par de gafas de sol colocadas en su nariz. Se preguntó si Fury también se sentía como una persona completamente nueva. Daniels no estaba preparada para preguntar.

Cuando se acercó, ella metió las manos en los bolsillos del jersey y saludó.

Fury se detuvo frente a ella y también tomó una bocanada de aire. Él notó su cabello y Pamela sonrió al pensar que hasta Fury vería algo así.

—Sí, me corté el pelo —asintió, feliz de hablar de ello—. No lo hacía desde los veinte.

—Te queda bien —le dijo Fury y su sonrisa se suavizó ante el cumplido, probablemente una de las pocas que recibirá de él.

—Se siente bien —dijo ella, y él entendió todo lo que quería decir con esas palabras.

Su antiguo director respiró hondo otra vez y dijo:

—Supongo que no puedo pedirle que vengas a Europa conmigo —Pamela sacudió la cabeza suavemente. Fury inclinó su cabeza—. Me vendría bien una buena agente como usted, Daniels.

Ella también inclinó la cabeza, dándole una mirada suave; él lo entendió. Aún así, Pamela dijo en voz baja:

—No puedo, Nick. Quiero decir... no quiero. Por primera vez en mi vida, puedo... Puedo ser Pam, sea quien sea —se encogió de hombros, riéndose entre dientes.

Nick Fury asintió. Después de una pequeña pausa, aceptó su decisión.

—Lamento que se vaya. Le deseo lo mejor, Daniels.

Pamela creyó verlo sonreír y su mirada se suavizó. También asintió.

—Lo mismo digo.

Él suspiró y metió la mano en su bolsillo. Daniels frunció levemente el ceño, curiosa cuando sacó una hoja de papel. Se la tendió y ella apretó los labios pero la tomó entre sus dedos. Abrió la hoja y frunció más profundamente al ver un único número de teléfono.

Al ver que ceñía el entrecejo, Fury le explicó:

—Considéralo un regalo de despedida. Hay secretos que aún no se pueden contar. Este es uno de ellos. Pero es un secreto que mereces saber —señaló el número con la cabeza—. Llámalo cuando estés sola.

Pamela todavía estaba muy confundida. Frunció ante el número de teléfono en el papel por un rato más, como si pudiera intentar descifrar lo que esto significaba solo con su ceño fruncido, pero no se le ocurrió nada.

Miró a Fury.

—¿Es su manera de decir que quiere permanecer en contacto o...?

—Me pondré en contacto con usted —le dijo Fury. Ella sabía que él sí que sonrió esa vez.

Pamela le soltó una leve risita. Sacudió la cabeza, divertida y no sorprendida. Sus ojos volvieron a mirar el número y una extraña sensación se instaló en la boca de su estómago.

Guardó el papel en los bolsillos de sus vaqueros y giró sobre sus talones. Siguió a Fury por el cementerio, donde había una lápida nueva sobre un lecho de flores. Las banderas americanas sobresalían de la tierra, celebrando y honrando la vida de un hombre que estaba frente a ella.

Steve y Sam los estaban esperando en la tumba. Cuando se acercaron, miraron a su alrededor. Pamela sostuvo la mirada de Steve durante mucho tiempo antes de apartar la mirada.

—Bueno —dijo Fury mientras se detenía junto a ellos. Pamela redujo la velocidad para pararse junto a Steve. El antiguo Director de S.H.I.E.L.D. frunció el ceño ante su lápida—, usted ya experimentó una cosa así antes que yo.

—Uno se acostumbra —dijo Steve con una pequeña sonrisa.

Frunció los labios antes de volverse hacia el Capitán América.

—Hemos obtenido datos de los archivos de HYDRA. Se conoce que muchas ratas escaparon del barco. Esta noche salgo para Europa. ¿Quería usted venir conmigo?

Steve contempló pensativo las flores de la tumba de Fury. Pamela no necesitaba ni un centavo para saber en qué o en quién estaba pensando. El Soldado de Invierno había desaparecido una vez más; casi como si se hubiera desvanecido en el humo. Pero era un fantasma que había sacado a Steve de aquel río y le había salvado la vida. Esto significaba que tal vez ese no había sido el Soldado de Invierno en absoluto, tal vez Bucky Barnes seguía ahí dentro, después de todo este tiempo.

—Primero tengo que hacer algo.

Fury lentamente movió su mirada hacia Falcon, que arqueó una ceja.

—¿Y usted, Wilson? Me haría falta alguien con sus habilidades.

Sam miró a Steve y luego sacudió la cabeza.

—Yo soy más soldado que espía —tomó su decisión. Pamela sonrió levemente para sí misma.

Al darse cuenta de que estaba a punto de embarcarse solo en este nuevo capítulo, Fury asintió. Suspiró.

—De acuerdo, pues —le tendió la mano buena a Sam para que la estrechara. Compartieron un agarre firme. Fury luego tomó la de Rogers. La sostuvo por un momento más para decir—: Si alguien pregunta por mí, díganle que puede verme aquí mismo —asintió hacia la tumba.

Soltó la mano y se dio la vuelta. Pamela se quedó callada mientras veía a Fury irse, y sabía que pasaría un tiempo antes de que pudiera volver a verlo.

—Qué afortunados —la voz de Natasha Romanoff les hizo mirar a su alrededor. Sonrió levemente, ese brillo tímido nunca abandonó sus ojos. Se acercó con una carpeta bajo el brazo—. En él eso es lo más parecido a un gracias.

Steve se encontró con Natasha a medio camino.

—¿No vas con él?

—No —ella sacudió la cabeza con una sonrisa.

—Ni te quedas aquí.

—No —se apartó el pelo rojo oscuro de los ojos—. He quemado mis identidades. Necesito una nueva.

—Quizá te lleve tiempo —dijo Steve.

La Ventana Negra ladeó la cabeza, sin revelar aún todos sus secretos. Volvió a sonreír con picardía.

—Ya cuento con ello —le pasó la carpeta—. Aquello que me pediste... me cobré unos cuántos favores de Kyiv —Steve cogió el expediente y lo examinó con el ceño fruncido. Cuando lo abrió, su dedo se posó en la página donde había una vieja foto clavada al pie de un largo informe. Apretó la mandíbula para ver a Bucky con su uniforme de hace setenta años.

Natasha miró sobre su hombro hacia donde Pamela estaba hablando con Sam, o más bien, rodando los ojos por algo que él dijo. Sonrió para sí misma.

—¿Me harías un favor? —dijo y Steve volvió a mirar hacia arriba—. Cuida de Daniels, ¿vale?

Steve cerró el archivo y no pudo evitar mirar también a La Víbora Roja.

—Puede arreglárselas sola —le dijo a Nat.

—Dice que puede —corrigió Romanoff—. En una pelea, sí, pero... ¿en lo demás? Necesita a alguien que la cuide —la sonrisa volvió a dibujarse en sus labios—. Además, le caes bien.

Steve le devolvió la sonrisa y asintió. Los ojos de Natasha brillaron de gratitud. Extendió la mano y la apoyó sobre el hombro de Steve por un dulce momento. Luego, ella pasó junto a él.

—Ten cuidado, Steve. Puede que no sea buena idea tirar de ese hilo.

Él frunció el ceño y la vio caminar hacia Pamela y darle un fuerte abrazo. Compartieron algunas palabras antes de que la Viuda Negra continuara su camino, su figura se hacía cada vez más pequeña en la distancia.

Al ver a Steve solo, Sam y Pam compartieron una mirada antes de regresar hacia él. Falcon miró por encima del hombro de Rogers y tan pronto como vio el expediente, supo lo que iban a hacer.

—Vas a ir a buscarle —murmuró.

Steve frunció los labios.

—No hace falta que vengáis.

—Lo sabemos —dijo Pamela y él la miró. Afirmó con la cabeza, asegurándole que eso era lo que quería hacer. Era su elección. Ella podía ir a todas partes, y en este momento, el camino por el que quería avanzar era para ayudar a Steve. Sonrió a Sam brevemente—. ¿Cuándo empezamos, Capitán?

END OF ACT ONE

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... end credits

PAMELA PERMANECIÓ un rato más cuando se fueron Steve y Sam. Lanzó una mirada por encima del hombro y vio cómo se alejaban sin ella. Esperó largo rato, hasta estar segura de que ya no estaban cerca. Cuando se aseguró de que nadie la oiría, volvió a meter los dedos en los bolsillos de los vaqueros. Sacó el papel que le había dado Fury con el número de teléfono. Lo miró durante un rato, con el corazón palpitándole con un ligero soplo de miedo. No sabía si llamar o dejar el papel aquí, olvidado y arrugado bajo sus pies. Ya no tenía secretos. Estaba harta de una vida de secretos y, al parecer, Fury le había dado uno más para que se lo llevara a la tumba.

Y, sin embargo, ya sostenía su móvil en la otra mano. Se mordió el interior de la mejilla mientras lo desbloqueaba y escribía el número en la pantalla. Su respiración se entrecortó y Daniels no la soltó mientras sostenía su teléfono junto a su oreja.

Al sonar, golpeó ansiosamente con el pie la hierba del cementerio. Pamela miró a su alrededor, con el corazón acelerado y en alerta máxima. El móvil seguía sonando y sonando, sonando y sonando y sonando... hasta que estuvo segura de que nadie contestaría.

Hasta que dejó de sonar.

Pamela se quedó quieta. Contuvo la respiración. Esperó a que hablara quien estuviera al otro lado de esta llamada telefónica.

Cuando nadie lo hizo, Pamela se obligó a hablar a pesar del ansioso nudo que tenía en la garganta.

—¿H-Hola? Uh... Fury me dio este número. Soy la Agente Daniels... ¿Hay alguien ahí?

El silencio fue ensordecedor. Demasiado largo. Se dio cuenta de que tal vez debería colgar, demasiado aterrorizada para seguir en la línea hasta que...

¿Pamela?

Reconoció la voz. Aunque hubieran pasado dos años, reconoció su voz. Los ojos de Pamela se abrieron de golpe y se tambaleó hacia atrás, con el corazón casi paralizado. De repente, se le llenaron los ojos de lágrimas y no pudo hablar. Pensó que se lo estaba imaginando, eso no tenía sentido. ¿Cómo podía responder a esa llamada? Estaba muerto.

Pamela Daniels logró encontrar su voz.

—¿C-Coulson?

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